jueves, 4 de noviembre de 2010

Tumbar al Régimen

Opinión | 3 Nov 2010 | Por Ernesto Yamhure

CON OCASIÓN DE LOS 15 AÑOS DEL miserable asesinato del jefe conservador, Álvaro Gómez Hurtado, bien vale la pena retomar uno de los temas que más apasionaba al dirigente inmolado: el conservatismo como elemento esencial de la vida democrática y camino idóneo para el derrocamiento del Régimen.

Para aquello, me remonto al más puro de los ideólogos del conservatismo en Colombia, Laureano Gómez, padre de Álvaro.  Fueron muchos los textos sobre la doctrina conservadora que brotaron de la pluma del líder. En uno de ellos, hablándoles a sus correligionarios de Cundinamarca, hizo unos planteamientos que, a pesar del implacable paso del tiempo, siguen contando con la más alta vigencia.

Aquel día, denunció que los enemigos del conservatismo hacían hasta lo imposible para aproximar la hora de la disolución y desconcierto definitivos de los principios que sigue el partido fundado por José Eusebio Caro y Mariano Ospina Rodríguez.

Para evitar el cataclismo, Laureano advertía que el suyo debía ser un partido eminentemente doctrinario. Al respecto, hacía énfasis al decir que el  conservatismo tiene un tesoro ideológico y sentimental que se constituye por las creencias religiosas más puras de la humanidad; se enorgullece de las doctrinas morales más sanas y generosas; de las teorías jurídicas más acordes con la naturaleza y la dignidad humana. Con orgullo desbordado, sentenciaba que el conservador es ante todo, el partido de la razón.

Son muchos los apóstoles del desorden que odian al conservatismo y a quienes lo representan. A falta de argumentos, los descalifican con los más inmundos adjetivos. En ellos se cumple aquello de que la ignorancia es caldo de cultivo para la intolerancia fanática.

Volviendo a Laureano Gómez, él enfatizaba que el conservador sueña con una patria civilizada, se declara enemigo de la barbarie, acata el orden constitucional porque aborrece a la tiranía. Desprecia los privilegios y propugna por la igualdad. 

Para desgracia de nuestro país, el partido conservador contemporáneo está bastante distanciado de los principios sobre los que fue erigido. La colectividad se concentró en los temas propios de la política menudeada, de la burocracia, puestos, contratos y lisonjas.

A esos dirigentes acostumbrados a servirse de su colectividad, bien les cabe aquello de que el abandono de las ideas por cualquier otro motivo de actividad, es una deserción a la causa conservadora.

Durante los últimos días de su vida, Álvaro Gómez estaba dando la batalla por devolverle la dignidad a la política, esa que estaba y sigue estando en las manos de aquello que él acertadamente llamaba el Régimen.
En su diagnóstico, Gómez Hurtado demostraba que la subsistencia del Régimen depende de que la política sea sucia. Ella le facilita su ingreso a todos los sectores de la sociedad, lo que hace que se convierta en un monstruo omnipotente.

El Régimen no sólo está en la política; se ha metido en todo. Industria, economía, academia, medios de comunicación. Nada está a salvo de sus garras destructoras.

Se refleja en los últimos editoriales de El Nuevo Siglo, escritos por Álvaro Gómez que imperaba, sobre todas las cosas, tumbar al Régimen. Para ello, llamaba la atención de los conservadores diciéndoles que la ausencia del tradicionalismo hace que éste —el Régimen— tenga fuerza.

Los conservadores están en la obligación de retomar el rumbo perdido, enfocarse en los asuntos realmente importantes y hacer lo que les corresponde para cumplir con el cometido de Álvaro Gómez: tumbar de una vez por todas y para siempre, a ése Régimen que tanto dolor y sufrimiento le ha causado a Colombia, sin dejarse amilanar por las baladronadas de ciertos mamarrachos que se han convertido en los voceros ocultos del caos.

El Espectador

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